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Judit

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Capítulo 1. El año doce del reinado de Nabucodonosor que reinó sobre los asirios en Nínive, la ciudad grande; en los días de Arfaxad, que reinó sobre medos, en Ecbátana; y edificó sobre Ecbátana y, en contorno, muros de piedras labradas en anchura de codos tres y en longitud de codos seis, e hizo la altura del muro de codos setenta, y su anchura de codos cincuenta. Y las torres de él puso sobre las puertas de ella de codos ciento, y la anchura de ella fundamentó en codos sesenta. E hizo las puertas de ella, puertas alzadas a altura de codos setenta; y la anchura de ellas, codos cuarenta, para salidas de ejércitos poderosos suyos, y escuadrones de infantes de él. E hizo la guerra en aquellos días el rey Nabucodonosor contra el rey Arfaxad, en la llanura la grande, esto es: en los confines de Ragau. Y congregáronse con él todos los habitantes de la montaña y todos los habitantes del Tigris y del Hidaspes; y en llano, Erioc, el rey de elimeos, y juntáronse gentes muchas sobremodo en orden de batalla de los hijos de Queleul. Y envió Nabucodonosor el rey de los asirios a todos los habitantes de la Persia y a todos los habitantes del occidente, los habitantes de Cilicia y Damasco, del Líbano y Antilíbano, y todos los habitantes hacia la faz marina, y a los de las gentes del Carmelo y Galaad, y a los de la superior Galilea y la gran llanura de Esdrelom, y a todos los de Samaria y las ciudades de ella, y allende el Jordán, hasta Jerusalén, y Betane, Quelús, y Cades y el río de Egipto; y a Tafnás, y Ramesé y toda la tierra de Gesén, hasta llegar sobre Tanis y Menfis; y a todos los habitantes de Egipto, hasta llegar a los confines de la Etiopía. Y vilipendiaron todos los habitantes de toda la tierra la palabra de Nabucodonosor, el rey de asirios, y no fueron con él a la guerra; pues no le temían, sino que era ante ellos como un varón igual; y reenviaron a sus mensajeros vacíos, en deshonra, a faz de ellos. Y enfurecióse Nabucodonosor contra toda esa tierra sobremanera. Y juró por su trono y su reino si no se había de vengar de todos los confines de Cilicia y Damascena y Siria, arrebatando con su espada; y de todos los habitantes de tierra de Moab, y de los hijos de Amón, y de toda la Judea, y de todos los de Egipto, hasta llegar a los confines de los dos mares. Y ordenóse en batalla, en su poder, contra Arfaxad, rey, en el año el décimo sexto; y prevaleció en su guerra, y destruyó toda la fuerza de Arfaxad, y toda su caballería y todos sus carros; y apoderóse de sus ciudades; y llegó hasta Ecbátana y se apoderó de las torres y saqueó sus calles, y el decoro de ella mudó en ignominia de ella. Y cogió a Arfaxad en los montes de Ragau y traspasóle en sus dardos, y exterminóle hasta aquel día. Y volvió con ellos a Nínive, él y todo el mezclamiento de él: muchedumbre de varones guerreros, mucha sobremanera. Y estúvose allí esparciéndose y banqueteando, él y su fuerza por días ciento veinte.

Capítulo 2. Y en el año el decimoctavo, el vigésimo segundo del primer mes, hubo palabra en casa de Nabucodonosor de vengarse de toda la tierra, según había dicho. Y convocó a todos sus servidores y a todos sus magnates y puso con ellos el secreto de su consejo; y determinó todo el mal de la tierra, de su boca. Y ellos juzgaron exterminar toda carne los que no habían seguido la palabra de su boca. Y aconteció, al terminar su consejo que llamó Nabucodonosor, rey de asirios, a Holofernes, el arquiestratego de su fuerza, el que era segundo, después de él, y díjole: «Esto dice el rey, el grande, el señor de toda la tierra: «He aquí tú saldrás de la faz mía, y tomarás contigo varones confiados en la fuerza de ellos; de infantes millares ciento veinte, y muchedumbre de caballos con jinetes, de miríadas doce, y saldrás al encuentro de toda la tierra al occidente; porque han desobedecido a la voz de mi boca. Y les anunciarás preparar tierra y agua; pues saldré en mi furor, sobre ellos, y cubriré toda la faz de la tierra en los pies de mi fuerza; y los daré en despojo a ellos; y los occisos de ellos llenarán los valles y los torrentes de ellos y río, inundando, de sus muertos se llenará; y llevará su cautiverio sobre las sumidades de toda la tierra. Y tú, saliendo, me preocuparás todo confín de ellos; y se rendirán a ti, y me los guardarás para el día de su sentencia. Pero con los desobedientes, no perdonará tu ojo, darlos a matanza y despojo en toda la tierra. Porque ¡viviendo yo y el poder de mi reino!: he hablado y haré esto en la mano mía. Y tú tampoco no transgredirás una sola de las palabras de tu señor, sino que, cumpliendo, cumplirás, según que te he mandado, no tardarás en hacerlas.» Y salió Holofernes de faz de su señor, y llamó a todos los potentados y a los estrategos y prefectos de la fuerza de Asur; y contó elegidos varones para la batalla, según le mandó su señor: hasta miríadas doce, y jinetes arqueros doce mil; y ordenólos del modo que en la guerra se dispone la muchedumbre. Y tomó camellos, y asnos y mulas para su bagaje, muchedumbre mucha sobremanera, y ovejas y bueyes y cabras para su provisión, de los que no hay cuenta; y trigo para todo varón, en abundancia; y oro y plata, de casa del rey, muchos sobremanera. Y salió él y toda su fuerza al camino, a preceder al rey Nabucodonosor y cubrir toda la haz de la tierra, hacia occidente, en carros y jinetes e infantes elegidos de ellos. Y muchos, el mezclamiento como langostas salieron con ellos, y como la arena de la tierra; pues no había cuenta, por su muchedumbre. Y partieron de Nínive camino de tres días sobre la faz de la llanura de Baictililait, cerca del monte, el a la izquierda, de la superior Cilicia. Y tomó toda su fuerza: los infantes y los jinetes y los carros de él, y fuese de allí a la montaña. Y destrozó a Fud y Lud, y saqueó a todos los hijos de Rasís e hijos de Ismael los sobre faz del desierto, al austro de la de quelayos. Y pasó el Eufrates y atravesó la Mesopotamia y arrasó todas las ciudades las altas, las sobre el torrente de Abroná, hasta llegar al mar. Y tomó los confines de la Cilicia; y destrozó a todos los que se le oponían y vino hasta los confines de Jafet, los al austro, a la faz de la Arabia. Y cercó a todos los hijos de Madián, y quemó sus tiendas y saqueó sus alquerías. Y bajó a la llanura de Damasco, en días de siega de trigo, y quemó todos los campos de ellos; y los rebaños y las vacadas dio a la desaparición; y sus ciudades despojó, y sus campiñas aventó; y percutió a todos sus jovencillos en boca de espada. Y cayó el temor y temblor sobre los habitantes de la marina, los que había en Sidón y Tiro, y los habitantes de Sur y Oquiná, y todos los habitantes Yemnaán; y los habitantes de Azoto y Ascalón le temieron sobremanera. Y enviaron a él mensajeros con palabras pacíficas, diciendo: So they sent ambassadors unto him to treat of peace, saying, Entonces le enviaron mensajeros para decirle en son de paz:

Capítulo 3. «He aquí nosotros los siervos de Nabucodonosor, rey grande, nos ponemos delante de ti; trátanos, según sea grato a tu faz. He aquí muchas alquerías y todo lugar nuestro y toda campiña de trigo y los rebaños y las vacadas y todas las dehesas de nuestras tiendas, yacen ante tu faz: úsalos como te pluguiere. He aquí también nuestras ciudades y los habitantes de ellas siervos tuyos son, viniendo, trátalos como es bueno en tus ojos.» Y llegaron los varones a Holofernes, y anunciáronle, conforme a estas palabras. Y bajó sobre la marina él y la fuerza de él, y custodió las ciudades las altas y tomó de ellas para compañía de lid, varones escogidos. Y recibiéronle ellos y todos los contornos de ellos con coronas y danzas y tímpanos. Y arrasó todos sus confines y las selvas de ellos cortó, y tenía determinado exterminar todos los dioses de la tierra, a fin de que a él sólo, a Nabucodonosor, sirviesen todas las gentes; y todas las lenguas y todas las tribus de ellos le invocaran como a dios. Y vino a faz de Esdrelón, cerca de la Dotea, la que está enfrente de la sierra la grande de la Judea; y acampó entre Gaibaí, y Seitópolis; y estuvo allí un mes de días para juntar todo el bagaje de su fuerza.

Capítulo 4. Y oyeron los hijos de Israel, los habitantes de la Judea, todo cuanto hizo Holofernes a las gentes, el arquiestratego de Nabucodonosor, rey de asirios, y del modo cómo despojó todos sus santuarios y los dio a desaparecimiento, y temieron sobremanera a su faz; y por Jerusalén y el templo del Señor, su Dios, se estremecieron; porque recién ascendidos estaban del cautiverio, y últimamente todo el pueblo se había juntado de la Judea; y los vasos y el altar y la casa, de entre la profanación, santificádose. Y enviaron a todo confín de Samaria, y Conás y Baitorón y Belmén y Jericó; y a Cobá y Aisorá y el valle de Salém, y preocuparon todas las cumbres de los montes los altos y muraron las en ellos aldeas y depositaron en víveres en preparación de la guerra; pues recientemente se habían segado sus campiñas. Y escribió Joaquín, el sumo sacerdote, que había en aquellos días en Jerusalén, a los habitantes de Betulia, y Betomestaím, la que está enfrente de Esdrelón a faz de la campiña la cercana a Dotaím, diciendo que resguardaran las subidas de la montaña, que por ellas era la entrada a la Judea; y que era fácil detenerlos al aproximarse, siendo estrecha la subida, con varones los todos, dos. E hicieron los hijos de Israel según lo que les ordenó Joaquín, el sumo sacerdote, y la ancianidad de todo pueblo de Israel, los que estaban asentados en Jerusalén. Y clamaron todos los varones de Israel a Dios, en instancia grande, y humillaron sus almas en instancia grande, ellos, y sus mujeres y sus pequeñuelos; y su ganado, y todo colono o mercenario y comprado de ellos, pusiéronse sacos sobre sus lomos, y todo varón de Israel y mujer y los niñitos y los habitantes de Jerusalén cayeron sobre la faz del templo y encenizaron sus cabezas y extendieron sus sacos a faz del Señor. Y el altar, de saco revistieron, y clamaron al Dios de Israel unánime instantemente que no diera en despojo sus pequeñuelos, y las mujeres en botín, y las ciudades de su heredad en desaparecimiento y lo santo en profanación e ignominia, para regocijar a los gentiles. Y oyó el Señor su voz y miró a su tribulación; y estuvo el pueblo ayunando varios días en toda la Judea y Jerusalén, a faz del santuario del Señor omnipotente. Y Joaquín, el sumo sacerdote, y todos los asistentes delante del Señor, sacerdotes y los ministrantes del Señor, de sacos ceñidos sus lomos, ofrecían el holocausto de la perpetuidad y los votos y los espontáneos dones del pueblo; y había ceniza sobre sus tiaras; y clamaban al Señor, con toda fuerza, que para bien visitase a toda la casa de Israel.

Capítulo 5. Y anuncióse a Holofernes, arquiestratego de la fuerza de Asur, que los hijos de Israel se preparaban a la guerra; y los pasos de la montaña habían cerrado; y murado toda cumbre de monte alto, y puesto en las llanuras tropiezos. Y se airó con furor sobremodo, y llamó a todos los príncipes de Moab y los estrategos de Amón y todos los sátrapas de la marina. Y les dijo: «Anunciadme ahora hijos de Canaán, cuál es este pueblo, el yaciente en la montaña; y cuáles los que habitan ciudades y la muchedumbre de su fuerza, y en qué está el poder de ellos y la fuerza de ellos, y a quién tienen por rey y príncipe del ejército de ellos. Y por qué se han erguido para no venir a mi encuentro, a diferencia de todos los habitantes de occidente.» Y díjole Aquior, el príncipe de todos los hijos de Amón: «Oiga ahora, mi señor, una palabra de la boca de su siervo, y te anunciaré la verdad acerca del pueblo que habita esta montaña, que habita cerca de di, y no saldrá mentira de la boca de tu siervo. Este pueblo es descendiente de caldeos, y peregrinaron antes en la Mesopotamia, porque no quisieron seguir a los dioses de sus padres que vivían en tierra de caldeos; y se descaminaran del camino de sus padres, y adoraron al Dios del cielo, al Dios que conocieron, y los arrojaron de faz de sus dioses; y huyeron a Mesopotamia, y peregrinaron allí muchos días. Y dijo el Dios de ellos que salieran de su peregrinación y fueran a tierra de Canaán; y peregrinaron allí, y repletáronse de oro y plata, y en ganado mucho sobremanera; Y bajaron a Egipto, pues el hambre cubrió la faz de la tierra de Canaán; y peregrinaron allí hasta que se nutrieron: y convirtiéronse allí en una gran muchedumbre, y no había cuenta de su linaje. Y levantóse contra ellos el rey de Egipto, y entrampáronles en labor y en ladrillos, y humilláronles y convirtiéronles en siervos. Y clamaron a su Dios, e hirió a toda la tierra de Egipto con plagas en que no había curación; y lanzáronles los egipcios de su faz; y secó Dios la roja mar delante de ellos; y llevóles al camino de Siná, y Cadés-Barné y lanzó fuera a todos los habitantes del desierto. Y habitaron en tierra de amorreos y a todos los esebonitas exterminaron en su fuerza; y pasando el Jordán heredaron toda la montaña. Y lanzaron fuera de faz de ellos al cananeo, y al ferezeo, y al jebuseo, y al siquem y a todos los gergeseos, y habitaron en ella días muchos. Y mientras no pecaron delante de su Dios, fueron los bienes con ellos porque es un Dios aborrecedor de injusticia. Mas, cuando se apartaron del camino que les dispuso fueron exterminados en muchas guerras mucho sobremanera y cautivados a tierra no propia, y el templo de su Dios, convertido en suelo, y sus ciudades, capturadas por los enemigos. Y ahora, vueltos a su Dios, han subido de la dispersión en que fueron dispersados allí y ocuparon a Jerusalén, donde el santuario de ellos, y habitaron en la montaña, porque era desierta. Y ahora, soberano señor, si por ventura hay ignorancia en este pueblo y pecan contra su Dios, indagaremos si hay en ellos este tropiezo, y subiremos y los debelaremos. Pero, si no hay iniquidad en su gente, pase de largo ahora mi señor, no sea que los escude su señor, y su Dios, y nos convertiremos en oprobio, delante de toda la tierra.» Y aconteció, al terminar Aquior de hablar estas palabras, que murmuró todo el pueblo que cercaba el pabellón y circunstaba, y dijeron los magnates de Holofernes, y todos los habitantes de la marina y de Moab, que se le despedazara; pues «no nos intimidaremos ante los hijos de Israel; pues he aquí un pueblo en que no hay fuerza, ni poder para batalla fuerte. Por esto ahora subiremos y serán en pábulo de todo tu ejército, soberano Holofernes.»

Capítulo 6. Y, al cesar el tumulto de los varones que rodeaban la asamblea, dijo Holofernes, el arquiestratego de la fuerza de Asur, a Aquior, delante de todo el pueblo de alienígenas y de todos los hijos de Moab: «Y ¿quién eres tú, Aquior, y los mercenarios de Efraín, para que hayas profetizado en nosotros tal cual hoy, y dicho: «Contra el linaje de Israel no guerrear, pues su Dios los escudará?» y ¿quién es dios sino Nabucodonosor? Este enviará su poder y los exterminará de la faz de la tierra, y no los librará su Dios. Empero nosotros, sus siervos, percutiremos a cada hombre, y no afrontarán el poder de nuestros caballos. Pues los quemaremos en ellos; y sus montes se embriagarán en la sangre de ellos; y sus llanuras se llenarán de sus muertos; y no resistirá la huella de sus pies la faz nuestra; sino que con perdición se perderán, dice el rey Nabucodonosor, el señor de toda la tierra. Pues dijo: «No se desvanecerán las palabras de mis razones.» Pero, tú, Aquior, mercenario de Amón, el que has hablado estas palabras en el día de tu iniquidad, no verás ya mi rostro, desde este día, hasta vengarme del linaje de los de Egipto. Y entonces atravesará el hierro de mi ejército y el pueblo de mis servidores tus costados y caerás en los heridos de ellos, cuando yo tornare. Y te restituirán mis siervos a la montaña, y te pondrán en una de las ciudades de las subidas; y no perecerás, hasta que seas exterminado con ellos. Y si esperas, en tu corazón que no serán tomados, ¡no decaiga tu semblante! He hablado y ninguna caerá de mis palabras.» Y mandó Holofernes a sus siervos, los que estaban puestos en su pabellón, coger a Aquior y restituirlo a Betulia y entregarlo en manos de los hijos de Israel. Y cogiéronle sus siervos y lleváronle fuera del campamento a la llanura y condujeron del medio del llano a la montaña, y llegaron sobre las fuentes que estaban debajo de Betulia. Y, como les vieron varones de la ciudad sobre la cumbre del monte, empuñaron sus armas y fuéronse de la ciudad afuera sobre la cumbre del monte; y todo varón hondero ocupó la subida de ellos y dispararon en piedras sobre ellos. Y bajándose bajo el monte, atacaron a Aquior, y le dejaron arrojado bajo la raíz del monte y se fueron a su señor. Pero, descendiendo los hijos de Israel, de su ciudad, llegáronse a él y, desatándolo le llevaron a Betulia, y presentáronle ante los príncipes de su ciudad, los que eran en aquellos días: Ozías, el de Micá, de la tribu de Simeón; y Abris, el de Gotomiel; y Carmís, hijo de Melquiel. Y convocaron a todos los ancianos de la ciudad; y corrieron al par todo joven y las mujeres a la asamblea; y pusieron a Aquior en medio de todo el pueblo de ellos; y preguntóle Ozías lo ocurrido.  Y respondiendo, anuncióles las palabras de la junta de Holofernes, y todas las palabras cuantas habló en medio de los príncipes hijos de Asur, y cuantas grandílocuo habló Holofernes contra la casa de Israel. Y, postrándose todo el pueblo, adoraron a Dios y clamaron, diciendo: «Señor, el Dios del cielo, mira a las altanerías de ellos; y apiádate de la humillación de nuestro linaje, y contempla el semblante de consagrados a ti, en este día.» Y consolaron a Aquior y alabáronle sobremanera. Y acogióle Ozías, de la asamblea a su casa e hizo un festín al que invitó a los ancianos; y llamaron al Dios de Israel en auxilio, toda aquella noche.

Capítulo 7. Y al otro día anunció Holofernes a todo su ejército y a todo su pueblo los que vinieran a la compañía bélica de él, uncir contra Betulia; y las subidas de la montaña preocupar, y hacer la guerra contra los hijos de Israel. Y unció en aquel día todo varón potente de ellos; y el poder de ellos de varones guerreros: millares de varones infantes ciento setenta; y de jinetes millares doce; fuera del bagaje y de los varones, los que eran infantes en ellos, multitud mucha sobremanera. Y acamparon en el valle cerca de Betulia sobre la fuente y desplegáronse a lo ancho sobre Dotaím y hasta Beltem, y a lo largo desde Betulia hasta Quiamón; la que está en frente de Esdrelón. Pero los hijos de Israel, cuando vieron su muchedumbre, turbáronse sobremanera; y dijo cada uno a su vecino: «Ahora acabarán de lamer éstos la faz de la tierra toda y ni los montes, los altos, ni las hondonadas, ni las colinas sostendrán el peso de ellos.» Y tomando cada uno las armas, las bélicas, de ellos, y quemando hogueras sobre las torres de ellos, quedáronse velando toda aquella noche. Y al día segundo, sacó fuera Holofernes toda su caballería a faz de los hijos de Israel, que estaban en Betulia, y exploró las subidas de su ciudad; y a las fuentes de sus aguas se encaminó y preocupólas, y puso sobre ellas campamentos de varones guerreros; y él regresó hacia su pueblo. Y, acercándose a él todos los príncipes de los hijos de Esaú, y todos los jefes del pueblo de Moab y los estrategos de la marina, dijeron: «Oiga ahora una palabra, nuestro amo, para que no se haga herida en tu fuerza; porque este pueblo de los hijos de Israel no confían en sus lanzas, sino en las alturas de sus montes en que ellos habitan en ellas; pues no es fácil acercarse a las cumbres de sus montes. Y ahora, amo, no guerrees contra ellos, según se hace guerra de batalla, y no caerá de tu pueblo varón uno. Quédate en tu campamento, conservando todo varón de tu fuerza, y apodérense tus niños de la fuente del agua, que sale de la raíz del monte; por esto: porque de allí aguan todos los habitantes de Betulia; y los arrebatará la sed, y entregarán su ciudad, y nosotros y nuestro pueblo subiremos a las vecinas cumbres de los montes y acamparemos en ellas en guarda, para que no salga de la ciudad varón uno. Y se desharán en el hambre, ellos y sus mujeres y sus hijos; y antes de venir la espada sobre ellos, serán postrados en las calles de sus viviendas; y les retribuirá retribución mala, por cuanto se rebelaron y no previnieron tu rostro en paz.» Y pluguieron sus palabras delante de Holofernes y delante de todos sus servidores, y ordenaron hacer según hablaran. Y levantaron el campo los hijos de Amón, y con ellos, millares cinco de hijos de Asur; y acamparon en el valle, y ocuparon las aguas y las fuentes de las aguas de los hijos de Israel. Y subieron el hijo de Esaú y los hijos de Amón, y acamparon en la montaña, enfrente de Dotaím y enviaron, de entre ellos, a austro y oriente, frente a Ecrebel, la que está cerca de Cus, la que está sobre el torrente Mocmur; y el restante ejército de los asirios acampó en la llanura y cubrió todo el rostro de la tierra; y sus tiendas y sus bagajes acamparon en turba mucha, y eran de muchedumbre mucha sobremanera. Y los hijos de Israel clamaron al Señor, su Dios; pues desmayó su espíritu; pues los cercaran todos sus enemigos, y no había modo de escapar de en medio de ellos. Y quedó en torno de ellos todo el campo de Asur: los infantes y los carros y los jinetes de ellos, días treinta y cuatro; y desfallecieron a todos los habitantes de Betulia todas sus vasijas de las aguas. Y las cisternas se vaciaron; y no tenían para beber en hartura agua un día; pues, en medida les daban a beber. Y desfallecieron sus pequeñuelos; y sus mujeres y los jóvenes desmayaron de la sed; y caían en las calles de la ciudad, y en los pasos de las puertas; y no había fuerza ya en ellos. Y juntáronse todo el pueblo cerca de Ozías y los príncipes de la ciudad: los jóvenes, y las mujeres y los niñitos, y clamaron con voz grande y dijeron delante de todos los ancianos: «Juzgue Dios en medio de nosotros y vosotros, pues habéis hecho en nosotros iniquidad grande; no hablando pacíficamente con los hijos de Asur. Y ahora no hay ayudador nuestro, sino que nos ha vendido Dios en las manos de ellos, para ser postrados delante de ellos, en sed y perdición grande. Y ahora llamadlos y entregad la ciudad toda, en botín, al pueblo de Holofernes y a toda su fuerza; pues es mejor, para nosotros serles hechos en despojo. Pues serémosles en siervos, y vivirá nuestra alma, y no veremos la muerte de nuestros pequeñuelos, en nuestros ojos, y nuestras mujeres y nuestros hijos, desfallecidas las almas de ellos. Os conjuramos por el cielo y la tierra y nuestro Dios y Señor de nuestros padres, que nos castiga según nuestros pecados y según los extravíos de nuestros padres, para que no haga, según estas palabras, en el día de hoy.» Y hubo llanto grande en medio de la congregación de todos, unánimemente, y clamaron al Señor Dios con voz grande. Y díjoles Ozías: «Consolaos, hermanos; soportemos aún cinco días, en que volverá el Señor, nuestro Dios, su misericordia sobre nosotros; pues no nos abandonará por fin. Pero, si hubieren pasado éstos y no viniere sobre nosotros auxilio, haré según vuestras palabras. Y dispersó al pueblo a la propia tienda; y a los muros y las torres de su ciudad se retiraron y a las mujeres y los hijos a sus casas despidió y estuvieron en humillación mucha en la ciudad.

Capítulo 8. Y oyó en aquellos días Judit, hija de Merarí, hijo de Ox, hijo de José, hijo de Oziel, hijo Elquia, hijo de Ananías, hijo de Gedeón, hijo de Rafaín, hijo de Aquitón, hijo de Elías, hijo de Quelquías, hijo de Eliab, hijo de Natanael, hijo de Salamiel, hijo de Sarasadaí, hijo de Israel, y su marido Manasés, de la tribu de ella y de la familia de ella, que murió en los días de siega de la cebada. Pues estaba sobre los engavilladores en la campiña, y el ardor vino sobre su cabeza, y cayó sobre su lecho, y falleció en Betulia, su ciudad, y le sepultaron con sus padres en el agro en medio de Dotaím y Belamón. Y estaba Judit en su casa, viuda tres años cuatro meses. E hízose un pabellón sobre el terrado de su casa; y puso sobre su lomo un saco; y estaban sobre ella los vestidos de su viudez. Y ayunaba todos los días de su viudez, fuera de antesábados y sábados, y anteneomenias y neomenias, y fiestas y regocijos de la casa de Israel. Y era hermosa de figura y graciosa de faz sobremanera; y habíale dejado Manasés, su marido, oro y plata y servidores y servidoras, y ganado y campos y quedóse con ellos. Y no había quien le infiriera palabra mala; pues temía a Dios sobremanera. Y oyó las palabras del pueblo, las malas, contra el príncipe, porque desmayaron por la escasez de las aguas. Y oyó todas las palabras Judit, las que habló de ellos Ozías: como les juró entregar la ciudad, después de días cinco, a los asirios. Y enviando a su doncella la sobrestante de toda su hacienda, llamó a Ozías, y Sabús y Carmís y a los ancianos de su ciudad. Y vinieron a ella, y les dijo: «Oídme ya, príncipes de los habitantes de Betulia, que no fue recta la palabra vuestra que hablasteis delante del pueblo en este día, e interpusisteis el juramento que hablasteis entre Dios y vosotros, y dijisteis entregar la ciudad a nuestros enemigos si con ellos no se volviere el Señor a ayudarnos. Y ahora ¿quiénes sois vosotros los que habéis tentado a Dios en el día de hoy, y dispuesto acerca de Dios en medio de los hijos del hombre? Y ahora al Señor omnipotente, examináis; y nada conoceréis hasta por el siglo; porque la hondura del corazón del hombre no hallaréis y las palabras de su pensamiento no cogeréis; y ¿cómo a Dios que hizo todo esto escudriñaréis y su entendimiento conoceréis y su pensamiento comprenderéis? De ninguna manera, hermanos. No irritéis al Señor, el Dios nuestro; pues, si no quisiere en los cinco días ayudarnos, él tiene el poder en los que quiere amparar días; o también exterminarnos ante la faz de nuestros enemigos. Pero vosotros no prendéis los consejos del Señor, el Dios nuestro; pues, no como un hombre es Dios de amenazar, ni como hijo de hombre, de juzgar. Por donde, aguardando la salvación de él, implorémosle en nuestra ayuda, y escuchará nuestra voz, si le fuere acepto. Pues no se ha levantado en nuestras generaciones, ni hay en el día de hoy ni tribu, ni familia, ni comunidad, ni ciudad de nosotros que adoran a dioses manufacturados, aconteció en los anteriores días; por causa de los cuales fueron entregados a espada y a despojo nuestros padres, y cayeron, ruina grande a faz de nuestros enemigos. Mas nosotros, a otro Dios no hemos conocido fuera de él; de donde esperamos que no desentenderá de nosotros, ni de nuestro linaje. Porque, al ser capturados nosotros, así se asentará toda la Judea; y será saqueado lo santo nuestro; y buscará la profanación de ello de nuestra boca; y la matanza de nuestros hermanos y la cautividad de la tierra, y la desolación de la heredad nuestra volverá contra la cabeza nuestra en las gentes donde sirviéremos, y seremos en escándalo y en oprobio delante de los que nos poseyeren. Porque no será enderezada nuestra servidumbre a gracia sino a deshonra la pondrá el Señor, nuestro Dios. Y ahora, hermanos, mostremos a nuestros hermanos que de nosotros pende el alma de ellos; y lo santo, y la casa, y el altar están afianzados sobre nosotros. Fuera de todo esto, agradezcamos al Señor, nuestro Dios, que nos tienta al igual que a nuestros padres. Acordaos de cuanto hizo con Abrahán; y cuánto tentó a Isaac; y cuánto aconteció a Jacob en Mesopotamia de la Siria, cuando pastoreaba las ovejas de Labán, el hermano de su madre. Pues, según a aquellos que no acrisoló para prueba del corazón de ellos, tampoco de nosotros se ha vengado; sino que para admonición, castiga el Señor a los que se allegan a él.» Y díjole Ozías: «Todo cuanto has dicho, con buen corazón has hablado; y no hay quien resista a tus palabras; porque no hoy tu sabiduría manifiesta es, sino que, desde principio de tus días, ha conocido todo el pueblo tu entendimiento, como que buena es la hechura de tu corazón. Empero el pueblo sed tenía por demás y obligónos a hacer según les hablamos y traer juramento sobre nosotros que no hemos de quebrantar. Y ahora ruega por nosotros, pues mujer piadosa eres, y enviará el Señor la lluvia hasta la llanura de nuestras cisternas, y no desfalleceremos ya.» Y díjoles Judit: «Escuchadme, y haré obra que llegará a generaciones de generaciones, a los hijos de nuestro linaje. Vosotros poneos sobre la puerta esta noche, y saldré yo con mi doncella, y en los días, dentro de los cuales dijisteis entregar la ciudad a nuestros enemigos, visitará el Señor a Israel, en mano mía. Mas vosotros no escudriñéis mi obra; pues no os diré hasta que consume lo que yo hago.» Y dijo Ozías y los príncipes a ella: «Ve en paz, y que el Señor Dios vaya ante ti, para que nos vengues de nuestros enemigos.» Y, volviendo del pabellón, fueron a sus filas.

Capítulo 9. Y Judit postróse de rostro y puso ceniza sobre su cabeza, y desnudóse del que estaba revestida saco (y acabábase de ofrecer en Jerusalén en la casa de Dios el timiama de aquella tarde) y clamó con voz grande, Judit al Señor, y dijo: «Señor, el Dios de mi padre Simeón, a quien diste en mano espada, para venganza de alienígenas que desataran matriz de virgen, para inmundicia; y desnudaran muslos para ignominia, y profanaran su matriz para oprobio; pues has dicho: «No así será.» E hicieran. Por donde diste a sus príncipes a la matanza, y el lecho de ellos que sabía la burla de ellos, a sangre; y percutiste siervos sobre potentados y potentados sobre sus tronos. Y diste mujeres en botín, e hijas en cautiverio y todos sus despojos en reparto de hijos amados por ti, los que también celaron tu celo, y abominaron la inmundicia de la sangre de ellos y te invocaron para ayudarlos: Dios, Dios mío, también escucha a esta pobre viuda. Pues tú hiciste las primeras de aquellas cosas; y aquéllas, y las posteriores, y las de ahora y venideras has excogitado, y han acontecido las que has pensado; y estuvieron las que determinaste, y dijeron: «Henos aquí.» Pues todos tus caminos están prevenidos; y tu juicio, en preconocimiento. Pues he aquí que los asirios se han multiplicado en su fuerza; exaltado sobre bridón y cabalgador; gloriándose en brazo de infantes; esperado en broquel; y en dardo y arco y honda; y no han conocido que tú eres el Señor, que quebrantas las guerras. «Señor», tu nombre; tú rompe su fuerza en tu poder; y derrumba su potencia en tu furor; pues han tratado de contaminar tu santuario, mancillar el tabernáculo del reposo del nombre de tu gloria, y derribar con hierro el cuerno de tu altar. Mira a su avilantez; envía tu ira contra sus cabezas; da en mano mía, de la viuda, la potencia para hacer lo que tengo pensado. Percute al siervo, de labios de engaño mío, sobre el príncipe, y al príncipe sobre su servidor; hiere su orgullo en mano de hembra. Pues no radica en muchedumbre, tu poder, ni tu potencia en los fuertes; sino que de los humildes eres Dios; de los más pequeños eres ayudador, acogedor de débiles, de desechados amparador, de desesperanzados salvador. Sí, sí; el Dios de mi padre y Dios de la heredad de Israel, dueño de los cielos y de la tierra, creador de las aguas, rey de toda criatura tuya; tú escucha mi plegaria, y da a la palabra mía que cause heridas y cardenales en aquellos que han resuelto crueldades contra tu alianza, y la casa santificada tuya, y el vértice de Sión, y la casa de posesión de tus hijos. Y haz sobre toda tu gente y toda tribu conocimiento, para saber que tú eres el Dios de toda fuerza y poder; y no hay otro que escude al linaje de Israel, sino tú.»

Capítulo 10. Y aconteció, cuando acabó de clamar al Dios de Israel y terminó todas estas palabras, levantóse de la postración, y llamó a su doncella y bajó a la casa en que pasaba, en ella, en los días de los sábados y en las fiestas de ella; y quitóse de en torno el saco que se había puesto, y se desvistió las vestiduras de su viudez, y lavóse en torno el cuerpo con agua y ungióse con ungüento espeso y compuso los cabellos de su cabeza y púsose mitra sobre ella y vistióse las vestiduras de su alegría, en las que vestía en los días de la vida de su marido, Manasés. Y tomó sandalias para sus pies; y se puso en torno los collares, y brazaletes, y los anillos, y los zarcillos, y todo su ornato; y hermoseóse sobremanera en engaño de ojos de varones cuantos la vieran. Y dio a su doncella un odrecillo de vino y un ánfora de aceite; y un morral llenó de perlada y masa y panes puros; y envolvió en torno todos sus vasos y los puso sobre ella. Y salieron a la puerta de la ciudad de Betulia y hallaron puestos sobre ella a Ozías y a los ancianos de la ciudad: Cabrís y Carmís. Y, al verla (y estaba mudada su faz) y su estola en que estaba envuelta, maravilláronse de su hermosura grandemente sobremanera, y dijéronla: «Dios, el Dios de nuestros padres te dé en gracia consumar el intento tuyo, para gloriación de los hijos de Israel y enaltecimiento de Jerusalén.» Y adoró a Dios; [9] y díjoles: «Hacedme abrir la puerta de la ciudad, y saldré a la consumación de las palabras que habéis hablado conmigo.» Y mandaron a los jóvenes abrirle, según habían hablado. E hicieron así. Y salió Judit, ella y su servidora con ella; y la fueron mirando los varones de la ciudad hasta que descendió del monte, hasta que atravesó el valle; y ya no la vieron. E iban en el valle vía recta; y salióle al encuentro una guardia de los asirios. Y cogiéronla y preguntaron: «¿De quién eres? ¿y de dónde vienes? ¿y a dónde vas?» Y dijo: «Hija soy de los hebreos, y huyo de faz de ellos, pues os han de ser dados en devoración. Y yo vengo a la faz de Holofernes, arquiestratego de vuestra fuerza, a anunciar palabras de verdad; y mostraré, ante faz suya, el camino por el cual vaya y se apodere de toda la montaña, y no faltará de sus varones carne una, ni aliento de vida.» Y, cuando oyeron los varones sus palabras y contemplaron su faz (y estaba delante de ellos una maravilla por la hermosura sobretodo) y la dijeron: «Has salvado tu alma, apresurándote a bajar a la faz de nuestro señor; y ahora llégate a su pabellón, y de entre nosotros, te guiarán hasta que te entreguen en las manos de él. Pero, cuando estés delante de él, no te atemorices con tu corazón, sino anúnciales tus palabras, y bien te hará.» Y eligieron, de ellos, varones ciento y uncieron para ella y su doncella, y lleváronlas a la tienda de Holofernes. Y hubo concurso en todo el campamento; pues resonó, por las tiendas, la presencia de ella; y, viniendo, cercábanla, cual estaba fuera de la tienda de Holofernes, mientras le anunciaron acerca de ella. Y maravillábanse de su hermosura y maravillábanse de los hijos de Israel por ella y dijo cada cual a su vecino: «¿Quién despreciará a este pueblo que tiene en sí mujeres semejantes? Porque no es bello que quede de ellos varón uno, los que, dejados, podrán seducir a toda la tierra.» Y salieron los que dormían a la par de Holofernes, y todos sus servidores e introdujéronla en la tienda. Y estaba Holofernes reposando sobre su lecho, en la mosquitera, la que era de púrpura y oro y esmeralda y piedras preciosas entretejidas. Y avisáronle acerca de ella, y salió a la antecámara, precedido de lámparas argénteas. Mas, al llegar a su faz Judit, maravilláronse todos de la hermosura de su rostro. Y postrada sobre su rostro, adoróle y alzáronla los siervos de él.

Capítulo 11. Y díjole Holofernes: «Consuélate, mujer, no temas con tu corazón; pues yo jamás he maltratado a un hombre que hubiere elegido servir al rey Nabucodonosor, de toda la tierra. Y ahora tu pueblo el que habita la montaña, si no me hubiera menospreciado, no levantara yo mi lanza sobre ellos; empero ellos a sí mismos han hecho esto. Y ahora dime, ¿por qué has huido de ellos y venido a nosotros? Pues has llegado a salvación. Consuélate, en esta noche vivirás, y en adelante. Porque no hay quien te agravie; sino que bien te hará, según ha acontecido a los siervos de mi señor el rey Nabucodonosor.» Y díjole Judit: «Acoge las palabras de tu sierva; y hable tu servidora a la faz tuya; y no anunciaré mentira a mi señor, en esta noche. Y si siguieres las palabras de tu servidora, perfectamente una cosa hará Dios contigo, y no caerá mi señor de sus propósitos. Pues vive el rey Nabucodonosor de toda la tierra, y vive su poder, quien te ha enviado a enderezamiento de toda alma; pues no sólo los hombres, por ti, le sirven; sino que también las fieras del campo y el ganado y los volátiles del cielo, por tu fuerza, vivirán sobre Nabucodonosor y toda su casa. Pues hemos oído tu sabiduría y las trazas de tu alma; y se ha anunciado a toda la tierra que tú sólo eres bueno en todo reino, y poderoso en la ciencia y admirable en las expediciones de guerra. Y ahora la palabra que habló Aquior en tu junta —hemos oído sus palabras; pues le conservaron los varones de Betulia, y anuncióles todo cuanto dijo delante de ti. Por lo tanto, soberano señor, no traspases su palabra, sino que guárdala en tu corazón; porque verdadera es; puesto que no es castigado nuestro linaje, no prevalece espada sobre ellos, si no hubieran pecado contra su Dios. Y ahora, para que no quede mi señor rebatido y sin hacer, caerá la muerte sobre la faz de ellos y los ha cogido el pecado con que irritaron a su Dios, mientras han hecho inconveniencia. Pues, cuando les faltaron los víveres y escaseó toda agua, acordaron aprehender sus jumentos y todo cuanto les mandó Dios, en sus leyes, no comer, han determinado consumir. Y las primicias del trigo, y los diezmos del vino y del aceite, lo que reservaran santificado para los sacerdotes los asistentes en Jerusalén, delante del rostro de nuestro Dios; han juzgado gastar, lo que ni con las manos era lícito tocar a ninguno de los del pueblo. Y han enviado a Jerusalén (porque también los que allí habitan, hicieron esto) los que les transportasen la remisión de parte de la ancianidad. Y será cuando se les anuncie y hagan, serán dados a ti en perdición en aquel día. Por donde yo, sierva tuya, conociendo todo esto, he huido de faz de ellos; y me ha enviado Dios a hacer contigo cosas de que se pasmará toda la tierra, cuantos las oyeran. Porque tu sierva timorata es, y sirviendo noche y día al Dios del cielo; y ahora quedaréme contigo, mi señor; y saldrá tu sierva durante la noche al valle y oraré a Dios, y me dirá cuando hubieren hecho sus pecados. Y viniendo, te referiré, saldrás con toda tu fuerza, y no hay quien te resistirá de ellos. Y te llevaré por medio de la Judea, hasta venir enfrente de Jerusalén; y pondré tu carro en medio de ella, y los llevarás como ovejas que no tienen pastor; y no chistará con su lengua delante de ti; porque esto se me ha hablado según precognición mía, y anunciádoseme; y enviada he sido a anunciarte.» Y pluguieron sus palabras delante de Holofernes y delante de todos sus servidores y maravilláronse de su sabiduría y dijeron: «No hay semejante mujer de extremo a extremo de la tierra, de hermoso rostro y prudencia de palabras.» Y díjole Holofernes: «Bien ha hecho Dios, enviándote por delante del pueblo, para entregarlo en nuestras manos, y perder a los que han vilipendiado a mi señor. Y ahora graciosa eres tú en tu forma, y buena en tus palabras. Por lo cual, si hicieres según has hablado, tu Dios será mi Dios; y tú en casa de rey Nabucodonosor te asentarás, y serás nombrada por toda la tierra.»

Capítulo 12. Y mandó introducirla en donde yacía su vajilla de plata, y ordenó aderezarle allí de las viandas de él, y beber de su vino. Y dijo Judit: «No comeré de ellas para que no acontezca tropiezo; sino que de las que he traído conmigo me proveeré.» Y díjole Holofernes: «Pero, si se agotaren las que están contigo ¿de dónde sacaremos para darte otras semejantes a ellas? pues no hay con nosotros de tu gente.» Y díjole Judit: «¡Vive tu alma, señor mío, porque no consumirá tu sierva las que están conmigo, hasta que hiciere el Señor, en mano mía, lo que ha determinado.» Y lleváronla los servidores de Holofernes a la tienda; y durmió hasta mediada la noche; y levantóse a la auroral vigilia, y envió cerca de Holofernes, diciendo: «Ordene ya mi señor dejar salir a tu sierva para la oración.» Y mandó Holofernes a los guardas de cuerpo no estorbarla; y permaneció en el campamento días tres, y salía durante la noche al valle de Betulia y se lavaba en el campamento sobre la fuente del agua. Y al subir, oraba al Señor Dios de Israel, que enderezase su camino para exaltación de los hijos de su pueblo. Y, entrando, pura permanecía en la tienda hasta traer su alimento, a la tarde. Y aconteció en el día el cuarto, que hizo Holofernes un festín a sus siervos solos; y no llamó a él a ninguno de sus oficiales. Y dijo a Bagoas, el eunuco el sobrestantes sobre todo lo suyo: «Persuade ahora, yendo, a la mujer, la hebrea la que está contigo, de que venga a nosotros y coma y beba con nosotros. Pues he aquí que es feo para nuestro semblante si a tal mujer dejamos, no juntándonos con ella; pues si a ésta no atrajéremos, se burlará de nosotros.» Y salió Bagoas de la faz de Holofernes y entró a ella y dijo: «No trepide ahora esta niña, la hermosa, en venir a mi señor, a ser glorificada a faz de él, y beber, con nosotros, en regocijo, vino, y ser hecha en este día, como hija de uno de los hijos de Asur, los que asisten en casa de Nabucodonosor.» Y díjole Judit: «¿Y quién soy yo para contradecir a mi señor? Porque todo lo que ha de ser, en sus ojos, agradable, apresurándome haré y será para mí esto júbilo hasta el día de mi muerte.» Y levantando, se atavió de la vestimenta y todo el atavío el femenino; y acercóse su sierva y tendió para ella enfrente de Holofernes, al suelo las pieles, que recibió de Bagoas para su cotidiano uso, para comer, recostada sobre ellas. Y, habiendo entrado, reclinóse Judit; y se extasió el corazón el Holofernes sobre ella, y se estremeció su alma (y estaba anheloso por demás de juntarse con ella y aguardaba oportunidad de burlarla, desde el día que la vio). Y díjole Holofernes: «Bebe ya, y truécate con nosotros, en alegría.» Y dijo Judit: «Beberé ya, señor, pues se ha engrandecido mi vivir, en mí, hoy sobre todos los días de mi existencia.» Y tomando, comió y bebió delante de él lo que había preparado su sierva.» Y alegróse Holofernes de ella; y bebió mucho vino sobremanera, cuanto no bebió jamás en un día desde que nació.

Capítulo 13. Pero, cuando la tarde vino, apresuráronse los siervos de él a recogerse; y Bagoas cerró la tienda por fuera; y excluyó a los asistentes de la faz de su señor; y retiráronse a sus lechos, pues todos estaban fatigados, por haber sido largo el festín. Pero quedó Judit sola en la tienda; y Holofernes, caído sobre su lecho; pues estaba difundido en su torno el vino. Y dijo Judit a su sierva que se estuviese fuera del dormitorio de ella, y aguardara la salida de ella, como cada día; porque salir decía a su oración; y a Bagoas hablara según estas palabras. Y fuéronse todos de la faz de ella; y nadie quedó en el dormitorio, de pequeño a grande; y poniéndose Judit junto al lecho de él, dijo en su corazón: «Señor, el Dios de toda virtud, mira, en esta hora sobre las obras de mis manos, para exaltación de Jerusalén; pues ahora, es tiempo de acoger tu heredad, y hacer mi intento en herida de enemigos que se han alzado contra nosotros.» Y acercándose a la columna del lecho la que había a cabeza de Holofernes, bajó su cimitarra de ella. Y llegándose al lecho, cogió la cabellera de la cabeza de él y dijo: «Fortaléceme, el Dios de Israel, en esta hora.» Y percutió en su cerviz dos veces, en la fuerza de ella, y cortó su cabeza. Y revolvió su cuerpo de estrado y quitó la mosquitera de las columnas; y poco después salió y entregó a su doncella la cabeza de Holofernes, y echóla en el morral de sus víveres; y salieron las dos juntas, según su costumbre, a la oración. Y atravesando el campamento, rodearon aquel valle, y subieron al monte de Betulia, y vinieron a sus puertas; Y dijo Judit, de lejos, a los que velaban sobre las puertas: «Abrid, abrid ya la puerta; con nosotros, Dios, el Dios nuestro, para hacer aún fortaleza en Israel, y poder contra los enemigos; según que también hoy ha hecho.» Y aconteció: cuando oyeron los varones de su ciudad su voz, apresuráronse a descender a la puerta de su ciudad, y convocaron a los ancianos de la ciudad. Y corrieron juntos todos, de pequeño a grande, pues increíble era para ellos el venir ella; y abrieron la puerta, y acogiéronlas, y encendiendo fuego en iluminación, las rodearon. Mas ella díjoles con voz grande: «Load a Dios, load; load a Dios que no ha apartado su misericordia de la casa de Israel; sino que ha herido a nuestros enemigos, por mano mía, en esta noche.» Y alzando la cabeza del morral, mostróles y dijo: «He aquí la cabeza de Holofernes, arquiestratego de la fuerza de Asur; y he aquí la mosquitera en que yacía en sus ebriedades; e hirióle el Señor, en mano de hembra. Y ¡vive el Señor! que me guardó en mi camino que anduve, que le engañó mi rostro para perdición suya; y no hizo pecado conmigo para mancilla y vergüenza.» Y extasióse todo el pueblo sobremanera, y postrándose, adoraron a Dios y dijeron unánimemente: «Bendito es nuestro Dios, el que ha anonadado en el día de hoy a los enemigos de su pueblo.» Y díjola Ozías: «Bendita tú, hija, a Dios, al Altísimo, sobre todas las mujeres, las que hay sobre la tierra; y bendito el Señor Dios que ha creado los cielos y la tierra, el que ha enderezado, para ti, a herimiento de cabeza de príncipe de nuestros enemigos; porque no se apartará el deseo de ti, de corazón de hombres que rememoraren el poder de Dios, hasta el siglo. Conviértatelo Dios en exaltación eterna, para visitarte en bienes; por cuanto no perdonaste a tu alma por la humillación de nuestro linaje, sino que socorriste nuestra ruina, vía recta, caminando a faz de nuestro Dios.» Y dijo todo el pueblo: «Hágase, hágase.»

Capítulo 14. Y díjoles Judit: «Oídme ahora, hermanos, y tomando esta cabeza colgadla sobre el alcázar de vuestro muro. Y será cuando despuntare la aurora y saliere el sol sobre la tierra, que tomará cada cual vuestras armas guerreras; y saldréis todo varón fuerte fuera de la ciudad; y daréis jefe sobre ellos, como bajando a la llanura, a la guardia de hijos de Asur, y no bajaréis. Y, tomando esos sus armaduras, irán a su campamento; y despertarán a los estrategos de la fuerza de Asur, y se precipitarán sobre la tienda de Holofernes, y no lo hallarán, y caerá sobre ellos temor, y huirán de faz de vosotros. Y persiguiendo vosotros y todos los habitantes de todo confín de Israel, derribadles en los caminos de ellos. Mas, antes de hacer esto, llamadme a Aquior, el amanita, para que, viendo reconozca al que vilipendiaba la casa de Israel, y que, como a la muerte, le envió a nosotros.» Y llamaron a Aquior, de la casa de Ozías; mas, cuando vino y vio la cabeza de Holofernes en manos de varón uno en la congregación del pueblo, cayó sobre su rostro; y desfalleció su espíritu. Mas, cuando le recrearon, postróse a los pies de Judit, y adoró el rostro de ella, y dijo: «Bendita tú en todo pabellón de Judá y en toda la gente; los que, oyendo tu nombre, se estremecerán. Y ahora cuéntame cuanto has hecho en estos días.» Y refirióle Judit, en medio del pueblo todo cuanto había estado haciendo, desde el día que salió hasta que les hablaba. Pero, cuando cesó de hablar, vociferó el pueblo con voz grande y dio voz regocijada en la ciudad de ellos. Mas viendo Aquior todo cuanto hizo el Dios de Israel, creyó a Dios sobremanera, y circuncidó la carne de su prepucio, y agregóse a la casa de Israel, hasta este día. Pero, cuando la aurora subió, y suspendieron la cabeza de Holofernes del muro; cogió todo varón de Israel sus armas, y salieron por compañías a las subidas del monte. Pero los hijos de Asur, al verlos, enviaron cerca de los ductores de ellos; y aquéllos vinieron a estrategos, y quiliarcas y a todo príncipe de ellos. Y llegaron a la tienda de Holofernes y dijeron al sobrestante de todo lo de él: «Despierta ya a nuestro señor, que se han atrevido los siervos a bajar sobre nosotros en guerra, para que sean exterminados por fin.» Y entró Bagoas y golpeó la antecámara de la tienda; pues sospechaba que él dormía con Judit. Mas, como nadie escuchó, entreabriendo entró en el dormitorio y le halló, sobre el umbral, lanzado, muerto; y su cabeza había sido quitada de él. Y gritó con voz grande, con llanto y gemido y gritó fuerte, y rasgó sus vestiduras. Y entró en la tienda donde estaba Judit hospedada, y no la halló y saltó al medio del pueblo, gritando: «Se han rebelado los siervos; ha hecho ignominia una mujer de los hebreos contra la casa del rey Nabucodonosor; pues he aquí Holofernes en el suelo y la cabeza no está sobre él.» Mas, oyendo estas palabras los príncipes de la fuerza de Asur, sus túnicas rasgaron; y estremecióse su alma sobremanera, y fue su vociferación y grita grande sobremanera en medio del campamento.

Capítulo 15. Y, al oír los que en las tiendas estaban, aterráronse por lo acontecido; y cayó sobre ellos el temor y temblor, y no hubo hombre que quedara a la faz de su prójimo sino que desparramándose unánimemente huyeron por todo el camino del llano y de la montaña. Y los acampados en contorno de Betulia se volvieron a la huida; y entonces los hijos de Israel, todo varón guerrero de ellos se desparramaron sobre ellos. Y envió Ozías a Baitomastaím, y Bebai, y Cobaí, y Colá, a todo confín de Israel, los anunciantes de lo consumado, y para que todos se desparramasen al par contra los enemigos para su perdición. Pero, cuando oyeron los hijos de Israel, todos unánimemente se precipitaron sobre ellos; y destrozábanlos hasta Cobá; pero también los de Jerusalén llegaron y de toda la montaña; porque les anunciaron lo acontecido al real de sus enemigos, y los de Galaad y los de Galilea encerráronlos con plaga grande, hasta que pasaron a lo largo de Damasco y sus confines. Pero los demás, los habitantes de Betulia, precipitáronse sobre el real de Asur, y los saquearon, y enriqueciéronse sobremanera. Mas los hijos de Israel, volviendo del destrozo, se apoderaron de los demás; y las aldeas y alquerías de la montaña y llanura cogieron mucho botín; pues era una muchedumbre mucha sobremanera. Y Joacim, el sumo sacerdote, y la ancianidad de los hijos de Israel, los habitantes de Jerusalén vinieron a mirar los bienes que hizo el Señor a Israel y a ver a Judit y hablar con ella paz. Y, cuando entraron a ella, bendijéronla todos unánimemente y dijeron a ella: «Tú, sublimidad de Israel; tú, júbilo grande de Israel; tú, gloriación grande de nuestro linaje. Has hecho todo esto en mano tuya; has hecho lo bueno con Israel; y complázcase en ellos Dios; bendita seas ante el omnipotente Señor, por el sempiterno tiempo.» Y dijo todo el pueblo: «Sea.» Y despojó el pueblo el real por días treinta; y dieron a Judit el pabellón de Holofernes y toda la vajilla de plata y los lechos y las tazas y todo el ajuar de él; y, cogiendo ella misma puso sobre su mula y unció sus carros y amontonólo sobre ellos. Y corrió al par toda mujer de Israel a verla, y bendijéronla y le hicieron coro de ellas, y cogió tirsos en sus manos y dio a las mujeres las con ella; y fueron coronadas de oliva ella y las que estaban con ella; y precedió a todo el pueblo, en danza conduciendo a todas las mujeres; y seguía todo varón de Israel, armados, con coronas, y cantares en la boca de ellos. Y entonó Judit esta confesión, en todo Israel y contestaba todo el pueblo esta alabanza.

Capítulo 16. Y dijo Judit: «Entonad a mi Dios con tímpanos; cantad a mi Señor con címbalos; moduladle un cantar nuevo; ensalzad e invocad su nombre; porque Dios, quebrantando guerras es el Señor; porque a los reales de él, en mitad de pueblo, arrebatóme de mano de los que me perseguían. Vino Asur, de los montes desde el septentrión; vino con miríadas de su fuerza, cuya muchedumbre obstruyó los torrentes; y la caballería de ellos cubrió colinas. Dijo quemar mis confines, y a mis jóvenes arrebatar en espada, y los mamantes míos poner por pavimento, y mis párvulos dar botín, y mis vírgenes despojar. El Señor omnipotente los desechó por mano de hembra. Pues no cayó el potente de ellos bajo jóvenes, ni hijos de titanes percutiéronle, ni excelsos gigantes lanzáronse sobre él, sino Judit, hija de Merarí, en hermosura de su rostro le deshizo. Pues se quitó la estola de su viudez para exaltación de los que trabajaban en Israel; ungió su rostro en ungüento; y ató sus cabellos en mitra y cogió estola de lino para engaño de él; la sandalilla de ella arrobó su ojo, y la hermosura de ella cautivó su alma: traspasó la cimitarra su cerviz. Horrorizáronse persas por la audacia de ella; y medos por su pujanza desgarrados fueron. Entonces vociferaron los humildes míos, y atemorizáronse los débiles míos y se espantaron; alzaron su voz y retrocedieron. Hijos de niñas traspasáronlos; y cual a niños fugitivos los herían; perecieron en la batalla de mi Señor. Cantaré a mi Dios un cantar nuevo: Señor, grande eres y glorioso, admirable en fortaleza, insuperable. Sírvate toda criatura tuya; pues has dicho y fueron; has enviado tu espíritu, y fabricó; y no hay quien resista a tu voz. Porque los montes, desde sus fundamentos, con aguas, se sacudirán; y las peñas a tu faz, como cera, se derretirán; sobre los que te temen, empero, bien les propiciarás. Pues es pequeña toda hostia para olor de suavidad; y pequeñísima, toda grosura para holocausto a ti; pero el que teme al Señor es grande por siempre. ¡Ay de gentes que alzaren contra mi linaje, porque el Señor todopoderoso los castigará en el día del juicio, dando fuego y gusanos a sus carnes; y llorarán, en sentimiento, por siglo.» Mas, cuando vinieron a Jerusalén, adoraron a Dios. Y, cuando se purificó el pueblo, ofrecieron sus holocaustos y sus espontaneidades y sus dones. Y ofrendó Judit todos los vasos de Holofernes, cuantos la dio el pueblo y la mosquitera, que tomó ella misma del lecho de él, la dio en dádiva a Dios. Y estuvo el pueblo regocijándose en Jerusalén, a faz del santuario, por tres meses; y Judit con ellos permaneció. Pero, después de estos días, unció cada uno para su heredad; y Judit se fue a Betulia, y se quedó sobre sus haberes, e hízose, por el tiempo de ella gloriosa en toda la tierra. Y muchos la desearon, y no la conoció varón todos los días de su vida, desde el día que murió Manasés, su marido y fue agregado a su pueblo. Y alzábase grande sobremanera; y envejeció en la casa de su marido, años ciento cinco, y dejó a su doncella libre; y murió en Betulia; y sepultáronla en la caverna de su marido, Manasés. Y lloró la casa de Israel por siete días; y repartió sus haberes, antes de morir, a todos los cercanos a Manasés, su marido, y a los cercanos al linaje de ella. Y no hubo ya quien amedrentase a los hijos de Israel, en los días de Judit, y después de morir ella, días muchos.
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